La 'Parthenope' de Sorrentino: una magia (im)perfecta y única
La mirada de Paolo Sorrentino siempre estuvo contaminada. De otros cineastas y de esa educación napolitana, bien macha, hacia la mujer. Criticarle por eso cada vez que hace una película en que la protagonista es una mujer es no ver más allá. Sí, Youth, tenía mucha lascivia en la mirada hacia la mujer. Pero era en buena parte porque los personajes hombres que miraban a las 'féminas' era esa. Sorrentino se impregnó de su educación y entorno, pero también reflejó una realidad. Babosa, sí, pero real.
Cuando uno ve las imágenes del trailer de Parthenope uno piensa que se va a encontrar lo mismo: una mirada tan hipnótica como masculinizada y macha de una mujer, casi un ser mitológico. Nada que ver. Parthenope no es mirada con lascivia desde la cámara de Sorrentino, igual que tampoco la mira así su hermano, su primer amor y otros personajes que pasan por su vida. El objetivo del cineasta recorre su cuerpo hipnotizado, encantado por los movimientos y la piel de una mujer que es absolutamente inalcanzable. Y rota. De allí se entiende todas esas imágenes tan oníricas como poéticas de esta increíble nueva película del italiano.
Parthenope está llena de imágenes que nos dan cuenta del paso de la vida y que se llenan de cualquier referencia para crear algo nuevo, mágico, inaprehensible, pero que se encuentra allí. Muchas de estas escenas que parecen huecas y superficiales están repletas de una materia que pareciera que se puede palpar, aunque sepamos de nuestra imposibilidad de hacerlo. Y es allí donde radica toda la fuerza del filme de Sorrentino. Este algo que se siente en sus escenas es lo mismo que contiene su Parthenope es tan etérea, tan de otro mundo que uno trata de entenderla, de apresarla, pero no puede, se escurre entre los dedos, los brazos de los seres que la aman. Mientras, ella, frágil, herida, ve pasar el tiempo y su vida por delante sin posibilidad de sanar. Como el Nápoles natal de su director.
La ciudad y sus personajes son el otro protagonista de la cinta. Esa ciudad capaz de todo: de lo más bello y sublime a lo más bajo. Una ciudad que se escapa a toda lógica, contaminada por lo más bajo y poseedora de algo mágico que está allí, pero que apenas se le presta atención y que, si no fuera por la cámara de algunos realizadores como Sorrentino, se diría que está en peligro de extinción. La vida pasa la ciudad, que festeja cada victoria de su equipo de fútbol, que le hace olvidar todos los males que la atraviesan. Igual que le pasa a Parthenope. Y es que Nápoles y Parthenope son casi lo mismo.
Por eso, una de las últimas imágenes es, tal vez, la más dura, bruta y obscena de la película, así como la más criticada. Parthenope, en busca de respuestas para sanar su herida, acude a la iglesia, que tan presente está en Nápoles y en toda Italia. Allí, es donde se encuentra la mirada lasciva. Un obispo que la viste con las joyas que hacer mérito a los encantos de esta sirena intocada y que acaba profanada de la manera más vulgar. La imagen es, cuanto menos, dolorosa.
En cualquier caso, la gran apuesta y riesgo de Parthenope es eso, hablar el idioma del cine, el del audiovisual. La trama importa poco. Las imágenes con sus acompañamientos musicales tan variopintos es lo que extrae todo el potencial del cine y de la película. Incluso con sus defectos, que no son pocos. Por un lado, si bien el filme consigue reflejar ese tiempo que pasa mientras la vida y la belleza de la misma se consume y pervierte, su grandilocuencia la lastra.
Eso, en cualquier caso, pone en evidencia precisamente la capacidad del director de hacer del cine un lenguaje y un arte de las imágenes en movimiento. Y como de cine se trata, el apartado del audio no es menor. Todas las músicas y canciones que aparecen, incluso las que parecen ser opuestas a lo que se representa, crean un significado único. Tal vez difícil de entender, tal vez un capricho del realizador, pero de una potencia que puede ir más allá de lo racional.
Porque sí. Sorrentino es excesivo, soberbio, hombre, hetero y napolitano. Pero también es un increíble contador de historias en imágenes, un esteta querido de sí mismo, pero con una sensibilidad que llega a capturar algo único. ¿El tiempo? ¿La belleza? ¿La vida? ¿Las heridas? ¿La fragilidad? Tal vez todo. O tal vez nada. Quizás nos engaña, pero nos entrega su magia, que es única. Por eso, las imágenes de Parthenope se quedan durante mucho tiempo en la mente del espectador.
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