Nebraska. Una simple historia.
Hay directores a los que no le hacen falta grandes efectos especiales, ni el 3D, ni una historia épica para conseguir una buena película. Un ejemplo de ellos es Alexander Payne, un director de Nebraska que con un mínimo detalle logra realizar un film ejemplar.
No hace falta recordar su filmografía. Se puede consultar fácilmente. Es mejor centrarse en esta última pieza de su carrera. El cineasta, vuelve a sus orígenes, a su Estado, para transmitirnos, como mejor sabe, lo que desea.
Nebraska, además de ser su lugar de nacimiento, es el título que da nombre a su nueva película. Una historia mínima, rural, de pueblo, estadounidense y universal. El punto de partida es simple. Un hombre mayor recibe por correspondencia una promoción tan antigua como el sorteo de un millón de dólares con la suscripción a una colección de enciclopedia. Y está dispuesto, pese a quien le pese, a hacerse con él.
¿El punto de partida de una comedia? ¿De una película de acción? ¿De un drama? Podría. Pero simplemente es un trozo de vida. Una road movie de la vieja escuela. Pero narrada con tal delicadeza que llega al espectador sin apenas percibirlo.
Como en toda película de este género, lo importante no es lo que logra sino lo que se encuentra por el camino. Un camino por el cual le acompañará uno de sus hijos, y en el que se cruzará con sus amigos de la infancia, la familia y otro tipo de personajes que le creerán, se reirán de él, intentarán aprovecharse, le criticarán.
¿Y qué? Igual que le sucede al protagonista, al espectador le importa poco las reacciones que provoca la anécdota en los demás. Lo relevante es que en este viaje, el protagonista como el público presencian una historia compartida. La historia de unas tradiciones que uno olvida, pero que forman parte de nuestra vida. Una historia poblada de paisajes vacíos en apariencia pero que quien ha vivido allí es la base de todo.
No hay melancolía del pesado, no hay idealización de un país o territorio. Hay significado. Un significado de pertenencia. Alexander Payne puede que intente explicar parajes de su vida, o no. Aunque lo que realiza, realmente, en tan sólo dos horas es recordarnos cuan bonita, pese a todo, es nuestra existencia. Se habrán aprovechado de uno, no se estará feliz, pero estemos en el punto que estemos, hemos vivido ciertas cosas, que no es malo recordar ni valorar.
Ya sea una vida en la que se ha vivido una guerra, hambre, se hayan cometido errores, perdido familiares y amigos. Lo importante es haberla vivido.
Es Nebraska, pues, una película vitalista, en blanco y negro, como algunos recuerdan su pasado, o como algunos les gusta idealizarlo. Un film sin recargas emotivas, sólo piezas de vida, recuerdos del camino. Con unas interpretaciones naturales, sin excesos, ni marcadas emociones. Nadie llora, nadie ríe, todos los personajes fluyen, recorren la película como su protagonista recorre Estados Unidos en busca de su millón de dólares.
Y así, poco a poco, mientras avanza el protagonista y el metraje, Alexander Payne nos sumerge en su mundo, igual algo naïf, tradicional, sin excesos. Pero es que a veces, la vida es así.
Trailer:

Nebraska, además de ser su lugar de nacimiento, es el título que da nombre a su nueva película. Una historia mínima, rural, de pueblo, estadounidense y universal. El punto de partida es simple. Un hombre mayor recibe por correspondencia una promoción tan antigua como el sorteo de un millón de dólares con la suscripción a una colección de enciclopedia. Y está dispuesto, pese a quien le pese, a hacerse con él.
¿El punto de partida de una comedia? ¿De una película de acción? ¿De un drama? Podría. Pero simplemente es un trozo de vida. Una road movie de la vieja escuela. Pero narrada con tal delicadeza que llega al espectador sin apenas percibirlo.
Como en toda película de este género, lo importante no es lo que logra sino lo que se encuentra por el camino. Un camino por el cual le acompañará uno de sus hijos, y en el que se cruzará con sus amigos de la infancia, la familia y otro tipo de personajes que le creerán, se reirán de él, intentarán aprovecharse, le criticarán.
¿Y qué? Igual que le sucede al protagonista, al espectador le importa poco las reacciones que provoca la anécdota en los demás. Lo relevante es que en este viaje, el protagonista como el público presencian una historia compartida. La historia de unas tradiciones que uno olvida, pero que forman parte de nuestra vida. Una historia poblada de paisajes vacíos en apariencia pero que quien ha vivido allí es la base de todo.
No hay melancolía del pesado, no hay idealización de un país o territorio. Hay significado. Un significado de pertenencia. Alexander Payne puede que intente explicar parajes de su vida, o no. Aunque lo que realiza, realmente, en tan sólo dos horas es recordarnos cuan bonita, pese a todo, es nuestra existencia. Se habrán aprovechado de uno, no se estará feliz, pero estemos en el punto que estemos, hemos vivido ciertas cosas, que no es malo recordar ni valorar.
Ya sea una vida en la que se ha vivido una guerra, hambre, se hayan cometido errores, perdido familiares y amigos. Lo importante es haberla vivido.
Es Nebraska, pues, una película vitalista, en blanco y negro, como algunos recuerdan su pasado, o como algunos les gusta idealizarlo. Un film sin recargas emotivas, sólo piezas de vida, recuerdos del camino. Con unas interpretaciones naturales, sin excesos, ni marcadas emociones. Nadie llora, nadie ríe, todos los personajes fluyen, recorren la película como su protagonista recorre Estados Unidos en busca de su millón de dólares.
Y así, poco a poco, mientras avanza el protagonista y el metraje, Alexander Payne nos sumerge en su mundo, igual algo naïf, tradicional, sin excesos. Pero es que a veces, la vida es así.
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