Fairytale, cuando la apuesta (no) es todo


A los que buscan cosas nuevas en el cine, la propuesta del director de cine Aleksandr Sokurov era como el maná. La posibilidad de que por fin alguien del panorama actual no apostara todo al contenido y a las ideas de la película, sino que lo hiciera a través de la imagen.

Fairytale es un cuento algo extraño en el que Stalin, Mussolini, Hitler y Churchill (desdoblados todos) deambulan por una especie de limbo a la espera de que Dios les abra las puertas del cielo. Algo que, en el film, no ha hecho ni a Jesús.

La idea parece más que interesante. Personajes coincidentes en la Historia y que marcaron la historia de la humanidad se encuentran tras su muerte y reflexionan sobre todo lo sucedido. Para ello, el cineasta ruso se aprovecha de la tecnología deepfake y pone en boca de los personajes unas reflexiones sobre los puntos en común de ellos, no sólo que participaron de la Segunda Guerra Mundial, sino el uso de la palabra socialismo para defender ideas que se alejaban completamente de ellas.

El director no deja títere con cabeza, muestra las bajezas de cada uno de ellos, la justificación de sus actos y les hace decir unos textos sin preocuparse mucho de que la voz vaya con la imagen falsificada. Lo importante es la apuesta formal.

La potencia de ver a estos personajes, así como a las masas que llevaron detrás hablar, gritar y moverse como si fueran olas humanas deja sobrecogido al espectador, incluso le hacen saltar de la butaca. Como en su día hiciera James Cameron con el 3D en Avatar, Sokurov le saca todo el potencial artístico posible a ese deepfake y a la tecnología para crear un limbo que es un bosque, un mar, un laberinto y un terreno inmenso donde perderse durante la eternidad.

El problema, en cambio, viene también de allí. Una vez visto el dispositivo y entendido lo que se quiere hacer, el guion no está a la altura. Sokurov se queda con el estereotipo que cualquier persona pueda tener de estos cuatro personajes históricos (más Napoleón, que también hace su aparición) y pone en su boca palabras que no aportan mucho nada nuevo, como ese Hitler con referencias constantes a los judíos, Stalin al capitalismo o Churchill esperando la llamada de la reina de Inglaterra.

Por mucho, que la aparición de las mareas humanas haga saltar al espectador de sus sillas es sólo porque hasta entonces la propuesta ya ha perdido toda la fuerza. Ni tan sólo sirve que este encuentro tenga también sus dotes de humor, al espectador este cuento se le hace largo. Y eso que la cinta dura sólo 78 minutos.

La sensación que le da al espectador es que esa buena idea ha sido la base y el motor por el que el cineasta ha querido poner en marcha este Fairytale, pero si bien se agradece la apuesta formal, se echa de menos un poco más de trabajo de guion. Por mucho que el cine sean imágenes y esté falto de poesía visual en los últimos años, la forma no siempre lo es todo.



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