'Barbie', un fenómeno (casi) perfecto
Dejar reposar el fenómeno Barbie es necesario para tomar perspectiva. Sobre todo, cuando uno sale contagiado del fenómeno. Por primera vez en mucho tiempo, una película ha generado algo extracinematográfico, y no sólo en menores, como sucede con las películas de Disney y Pixar. Claro que eso no es tanto fruto de la película como del marketing. La gente ya va vestida de rosa antes de ver la cinta.
Una vez dentro de la sala, uno se encuentra con un producto que roza la perfección. Pero, atención, la perfección en la liga en la que juega. No se le puede pedir a esta cinta tan made in Hollywood que revolucione el cine a nivel formal, que cree un discurso sobre el dispositivo. Caer en eso es pedirle a Greta Gerwig un cometido que abandonó tras estrenar Frances Ha.
La cineasta se muestra cómoda en películas con caras conocidas para ponerlas a hacer algo diferente. Ya con Lady Bird contó con Saoirse Ronan para repetir al mundo que se puede ser cool sin perder la identidad. En Mujercitas, ya contaba con grandes estrellas para contar una historia ya conocida con un toque más feminista. Y, ahora, es el turno de Barbie.
America Ferrera juega el papel de Saoirse Ronan en Lady Bird. Esa chica rara que es realmente quien desata la trama de una Barbie que, de repente, en su mundo ideal, empieza a hacerse preguntas que nunca pasaron por su cabeza. Es entonces cuando viaja al mundo real y se da cuenta, que el mundo no está gobernado por Barbies, ni siquiera por mujeres. Los hombres están siempre en los puestos de poder y se creen con el poder incluso de tocarle el culo. Un sueño para Ken, que se contagia de esa atmósfera, una pesadilla para la famosa muñeca.
No se descubre nada nuevo con este planteamiento ni a estas alturas si digo que Gerwig aprovecha el lastre de una muñeca que ha hecho pensar a las niñas que ella es la mujer perfecta y la hace completamente feminista. Toda esa oposición mundo real-Barbieland y Kendom-Barbieland hace que los espectadores se conciencien de ciertas actitudes machistas. Pero ojo, que Barbie es la que se da cuenta, pero es Gloria, una mujer de carne y hueso que le pone el discurso.
Pero Barbie es notable mucho más que por su discurso. Se cuentan por decenas las películas que tratan de concienciar a hombres y mujeres de la brecha que existe entre ambos sexos. El quid de la cuestión es que Barbie lo hace ameno y completamente mainstream con toques de calidad.
Gerwig ya engancha al público más cinéfilo con la intro basada en el 2001 de Stanley Kubrick y cuando continua con el musical, con los colores rosas y azules, uno no puede dejar de pensar en los Paraguas de Cherburgo, de Jacques Demy (una nueva referencia a la Nouvelle Vague en la filmografía de la cineasta). Y pese a esos referentes y tantos otros que hay, no es pedante. Al contrario.
Uno puede no captar los referentes y quedar enganchado con los números musicales que contiene, las bromas meta que añade al guion (firmado junto a Noah Baumbach, con quien se reencuentra), sus chistes fáciles sobre la homosexualidad de algunos Ken y de Allan, sus golpes a Mattel, incluso algún que otro chiste sobre pederastia, servido por Will Ferrel. Barbie se ríe de Barbie y de Gerwig de sí misma.
Todo ello no hace otra cosa que demostrar la habilidad de Gerwig de sacarle punto a todo. Su destreza de convertir un producto diseñado para comercializar para hablar de cuestiones políticas como la igualdad, para demostrarle a un público entre infantil y juvenil que no todo acaba con la chica emparejada con el chico y que el humor puede ser mucho más que caca-culo-pedo-pis. En definitiva, Gerwig sirve un plato perfecto para contentar al público menos exigente y guiñarle el ojo al cinéfilo. Y a su vez, que funcione en taquilla y que Mattel se asegure la venta de su muñeca más famosa durante varias décadas más. Y sin mover un solo dedo, como le pasa a los actores que los representan en la película.
Todo perfecto.
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