Atrapados en el mundo de Tati: reflexiones a propósito de 'Trafic' y Monsieur Hulot
Traffic empieza que parece Tiempos modernos. Habla de ellos, pero no tiene tanto que ver, aunque estén emparentadas. Los créditos iniciales empiezan a aparecer mientras la cámara de Jacques Tati filma la producción de una fábrica de coches.
Unas planchas pasan por una máquina y da la forma a lo que
serán las puertas de algunos vehículos. Todo sale según lo previsto, una sale
mal, pero se aparta rápidamente. La maquinaria funciona a la perfección. O casi.
Más adelante aparecen las ruedas, las pruebas de control de seguridad y, ya
cuando los coches quedan al aire libre, listos para la venta, arranca la cinta.
Como todo buen cine, ninguna escena es baladí. Poco a poco, el espectador va viendo la historia de unos trabajadores de la industria automovilística que tienen que llevar su moderno camping-car a la feria de muestras de Amsterdam. Como pasó con la puerta, en el proceso, va a haber dificultades. Por suerte, el mundo y Tati cuenta con su personaje estrella, Monsieur Hulot.
Este personaje vive su última aventura en color, en la
calle, como empezaron sus vacaciones que le dieron a conocer. Allí ya empezamos
a ver a un hombre que vive adaptándose a los tiempos y quiere disfrutar de las
ventajas de la modernidad. Unas vacaciones parecen el plan ideal, pero en un
mundo con 50.000 requisitos, lo que parece un momento de paz se puede convertir
casi en un infierno.
Tati despliega su humor físico, de gesto más que textual,
para darnos cuento de lo absurdo que es aquello que llaman la vida urbana. Lo
volverá a hacer en tres ocasiones más. En Mon oncle, tratará de rescatar a su
sobrina de la casa ultramoderna en la que vive con sus padres en la que los
objetos de diseño y última tecnología parecen más importante que cualquier otra
cosa. En Playtime, el título casi parece una descripción de la vida del futuro.
Sobrevivir a espacios como aeropuertos, oficinas, hoteles y demás, con tantos
inventos que hacen la vida más fácil si se aprenden las difíciles instrucciones
del juego, se convierte en tarea casi imposible.
Si para estas dos últimas películas, consideradas sus obras
maestras, critica esos gadgets creando él mismo los decorados, que no hacen más
que subrayar la artificialidad del mundo, para la última aventura de Hulot
regresa a la calle. El camino por carretera de Hulot y sus compañeros de fábrica
para hacer llegar el camping-car a Ámsterdam puede convertirse en misión
imposible.
Atascos, problemas con la gasolina, accidentes,
reparaciones, van a ser la tónica habitual de un viaje a ninguna parte en el
que lo absurdo brilla con luz propia. Aun así, todo aquel que ve el nuevo
vehículo, queda fascinado por sus moderneces y posibilidades. Tanto da que lo
encuentren en problemas. La tecnología es lo primero.
Pero más allá de la trama y los baches con los que se encuentra,
Tati cierra la cinta con una escena que parece incluso más visionaria que la
futurista Playtime. Sin hacer spoilers, que tampoco es que importase mucho y
por eso la cinta es sobresaliente, el cineasta muestra la intención de Hulot de
volver a su casa. Baja hacia el metro por unas escaleras, cubriéndose de la
lluvia con un paraguas cuando, de repente, las marabuntas armadas con otras
tantas umbrelas negras le obligan a subir de nuevo a la calle. Y Hulot decide irse
con la mujer de la que se había despedido. Ambos se escapan entre el tráfico de
coches. La cámara, entonces, se aleja y, como si fuera un eco de toda la
película, volvemos a ver el caos del tráfico de coches y a una serie de
personas que tratan de abrirse paso a pesar de ellos.
Así, con una película que se pliega en ella misma, Tati
condensa la historia de su mítico personaje, lo deja ir. Lo deja andar en este
mundo, en este devenir casi antideleuziano, postmoderno, hacia la absoluta
locura del ser humano, perdido en una marisma de desplazamientos hacia lo nuevo,
lo moderno, hacia la carretera a ninguna parte en la que todos actúan igual y
que, sólo por accidente(s), se acaban encontrando. Y lo peor de todo, es que cuando
se generan esos encuentros apenas se sabe cómo reaccionar (cuando no se quiere
sacar provecho de lo sucedido).
Ya hace 24 años desde que Hulot se esfumara entre coches y otras máquinas, y parece que nada ha cambiado, seguimos deambulando y quedando atrapados en ellas. Han pasado más de 50 años y seguimos atrapados en el mundo de Tati.
Comentarios