El delicioso y peligroso jazz (Whiplash)
El jazz es ese género musical tan aparentemente
libre como exigente y coordinado. Sus instrumentos a veces parecen sonar
desordenados, incluso estruendosos, para acabar componiendo un todo perfecto.
Whiplash de Damien Chazelle trata de explicar el duro
trabajo que hay detrás de un producto sumamente preciso, donde parece que toda
suena igual y hace mucho ruido. Un film de superación donde un chico que
siempre quiso ser batería de una banda de jazz (Miles Teller) y ser reconocido mundialmente
pierde la cabeza, su novia, amistades y casi su vida por seguir las órdenes de
un maestro al que admira (J. k. Simmons) y que le hará sudar sangre, literalmente.
Nada nunca visto, con una ligera
diferencia. Las subidas y bajadas emocionales del guión por mucho que parezcan
tópicas suenan a nuevas, gracias a su música, jazz del bueno, y especialmente
en unos actores que lo dan todo en escena, creen el papel y lo saben trasmitir
a la perfección.
El espectador gracias a esta perfecta
coordinación de elementos reconoce esos instrumentos utilizados, especialmente
cuando encajan a la perfección: esa familia que se ríe de los anhelos del
chico, cuando éste abandona a su única novia y casi amiga y ya cuando parece
fracasar.
Todo perfecto. El film esta orquestado,
falta el resurgir. Y cómo no, aparece en una especie de taberna de jazz donde
los viejos músicos fueron olvidados durante años y sólo algunos pudieron
admirar en vida. Y así es que aparece un discurso de superación.
El giro que remata la historia y su final
deja al público en suspense, como esa batería (y protagonista) de la banda que
hace dudar de si se ha llegado el momento de aplaudir y de repente todo
termina. Uno abandona de la sala y todo está bien cuadrado. Los instrumentos
eran reconocibles, hubo un momento de caos, la música fue perfecta y Whiplash
también. Y sólo por ese final, su banda y la música.
El director lo ha programado todo a la
perfección, la historia de superación con jazz incluido es dinámico y rápido,
tiene sorpresas aparentes y ha triunfado, tanto en las salas, como en los
Globos de Oro y por sus nominaciones a los Oscar .
Lástima. Lástima que una vez el jazz y el
film dejan de ser frescos, el espectador hace memoria auditiva y visual. Y algo
parece rebajarle la euforia. Algo ha ido mal, un instrumento fuera de lugar. Sí,
se hace perceptible. Ha podido pasar desapercibido al oído pero allí estaba.
Como los anuncios subliminales ha penetrado en el oído y se ha quedado en la
mente del espectador.
Igual de peligroso es el discurso de
Whiplash. Se ha de ser tenaz por conseguir el sueño que uno quiere, cierto, así
se lo hacen saber los adultos a los niños. Pero es arriesgado por no decir
temerario recuperar el dicho “la letra con sangre entra”. Y no se trata sólo de
una metáfora literal en alusión al film, constituye buena parte de su mensaje.
Es ese algo, ese fallo del film que parece defender un sobreesfuerzo físico y
psíquico y vuelve a poner en la mentalidad del público esa idea de sacrificio
vital para abrirse a un mundo de posibilidades, tanto si esas se materializan
como si no.
Así, el espectador, cuando percibe ese
instrumento fuera de tempo, la banda deja de tocar esta pieza aparentemente
perfecta y orquestada y las luces se vuelven a encender, valora y juzga el
conjunto. This is Whiplash (y como decían en el musical) and all that jazz.
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