Tras las huellas de Jauja
“En la
antigüedad, se creía que Jauja era una tierra mitológica de abundancia y
felicidad. Se emprendieron muchas expediciones para tratar de encontrar el
lugar y comprobarlo. Con el tiempo, la leyenda creció desproporcionadamente.
Indiscutiblemente, la gente exageraba, como de costumbre. Lo único que se sabe
con seguridad es que todos aquellos que intentaron encontrar este paraíso
terrenal se perdieron. ” Así empieza la nueva
película de Lisandro Alonso y, se podría decir, que es un buen resumen de lo
que realmente es.
A través de diversas entrevistas y
escritos realizados en torno al film el espectador interesado sabe que se trata
de la historia de un soldado danés que se encuentra en la Patagonia argentina,
a finales del siglo XIX, con su hija y un grupo de soldados autóctonos que
recorren esa tierra, matando a los aborígenes y hacer del país un lugar civilizado.
Una vez situados, entramos en lo que se
puede ver en pantalla. Sin haber leído nada. Intuimos que lo que hablan es danés,
o alguna lengua nórdica. Se deja caer la información sobre la captura de
aborígenes y vemos que la hija del soldado Dinesen (Viggo Mortensen), llamada
Ingeborg, huye con uno de los militares. Y es entonces cuando se desencadena la
historia. Dinesen emprende un largo y
solitario viaje por tierras patagónicas.
Será por que el guión corre a cargo del
poeta Fabián Casas o porque Alonso se deja llevar por la fantasía que suceden
cosas extrañas. Aparece un soldado de madera que llevaba su hija y que tendrá
resonancia al final del film, una cueva donde se encuentra una especia de
gurú/bruja/figura mística que podría ser su hija o no. El hecho es que nada
queda claro.

Intentar justificar a Alonso defendiendo
su carácter poético es inoperante, casi sin significado, una batalla perdida.
Porque parece olvidar que está haciendo cine y que éste maneja unos códigos
distintos que en Jauja parece haber olvidado por completo o que simplemente se
han desvanecido, no aparecen.
Hacer poesía en imágenes es posible, cada
cineasta tiene su modo. Imágenes ralentizadas, uso del color, uso de los
tiempos. Ozu, por ejemplo, usaba sus “pillow-shots”, vacíos, para dar un tiempo
al espectador para pensar. Kim Ki Duk en Hierro 3 hacía más hincapié en los
movimientos de los actores en torno al vacío de las casas para transmitir su
historia. No pasa igual en Jauja. En Jauja hay recursos, imágenes de transición
que no se desarrollan, quedan muertas. Hacen creer al espectador que tienen un
sentido, para después no acabar aportando mucho, por no decir nada. Se intuye
que todo puede ser un sueño de Ingeborg, de Dinesen pero, ¿porqué? ¿Qué sentido
tienen todos esos recursos en la historia? Ese es el problema y la decepción,
no hay nada, no hay historia. Hay recursos cinematográficos, sí, hay imagen en
movimiento, pero ese movimiento está vacío de sentido.

Los actores, así como los espectadores,
se convierten durante su trabajo y visionado respectivamente, en el soldado
Dinesen. Sin rumbo, perdidos, agotados se entregan al sueño que produce el
film, dejando de lado el vacío onírico en lo que se acaba convirtiendo Jauja.
Alonso, así, se convierte en uno más de
esos exploradores señalados al principio del film, y se acaba perdiendo en
recursos, tramas, simbologías e incluso, se podría decir, en su propio ego, en
esta búsqueda de esa película, tierra de abundancia, vacía en este caso, que es
Jauja.
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