'Perfect days', un regalo de Wim Wenders


Sí, Perfect days puede entrar en la categoría de esas películas en las que no pasa nada. Aparentemente. Porque a medida que avanza la cinta, el espectador empieza a empatizar con un personaje, Hirayama (interpretado por un mayúsculo Kôji Yakusho), que trata de pasar sus días lo mejor que puede.

Banda sonora de 'Perfect days'El protagonista no tiene lo que muchos llamarían una vida ideal. Se dedica a limpiar los baños públicos de la ciudad de Tokyo. Lo hace con esmero, con dedicación. En su pequeño coche tiene todos los utensilios que necesita para ello. Le importa poco si su compañero llega tarde, si los usuarios no le saludan. Él cumple con la tarea que le tienen encomendada y lo hace con una rutina diaria que parece calculada con precisión. Pocas cosas parecen trastocarlas.

Wim Wenders se encarga de retratar a su protagonista y sus acciones desde el respeto, sin juzgar. Pone la cámara a una distancia prudencial de él, muchas veces desde la espalda, como si sólo se tratara de seguirlo. Cada tanto ofrece un plano detalle de sus prácticas, de los libros que lee, de la música que escucha (que es la que le gusta al cineasta) y poco más.

Ni el director ni la cámara nos permite saber nada de su pasado, apenas esboza un carácter reservado, pero apenas triste. Las únicas pinceladas de su manera de ser se trazan cuando el compañero de trabajo del protagonista le pide acompañarlo a él y a su novia a su puesto de trabajo. En el camino, tratan de que hable, de que venda los cassettes que escucha y que tienen un alto valor en el mercado. A ellos, a esas cintas, es a lo que parece estar más unido. Pero, de repente, aparece su sobrina.

Esta pequeña niña, que también espera obtener información de su tío, es la que apunta algo sobre la historia de Hirayama. Para empezar, descubrimos que tiene una familia, sabemos que tiene afectos por los suyos, que los cuida, pero con la misma distancia y detalle con la que realiza su trabajo. Y todo sucede con pocas palabras.

El gran trabajo de Wenders es con su cámara. Con esta voluntad casi documental de filmar el día a día de una persona corriente en Tokyo. O donde sea. Pero no de un ciudadano estresado, con problemas, agobiado, sino que muestra algo poco común, la vida de un hombre que se conforma con lo que tiene, que trata de quedarse con los pequeños momentos que le rodean. De allí, que Hirayama vaya a todos lados con su cámara y retrate los cielos de la ciudad, rescate un pequeño brote de planta para replantarlo en su casa, y seleccione en el revelado de las fotografías aquellas que realmente le merecen la pena y las otras las deseche.

La cámara del realizador, gran amante de Japón, donde acude desde hace décadas una vez al año, se contagia del espíritu zen de su protagonista. Selecciona esos momentos corrientes pero que significan algo para el personaje. Lo poco que hace es una muy buena (y perfectamente seleccionada) banda sonora que sale de su megalomanía que traslada al personaje en formato cassette. Eso y la imaginación de los sueños de una persona que por las noches no sueña con una vida mejor, con grandes anhelos, sino que parece sólo revivir, recrear esos momentos que lo empujan a disfrutar de la vida.

Todo ello, hace posible que uno salga de la sala del cine reconciliado con la vida, con ganas de disfrutarla a pesar de las vicisitudes que le rodean, contagiado por la paz de Hirayama tan bien capturada por Wenders. Un Wenders al que sólo se le puede dar las gracias por ofrecernos un regalo tan hermoso como bien cuidado. Un regalo de Reyes que llega con retraso a nuestras pantallas, pero que resulta más que bienvenido.

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