'Queer': una decepción llena de intenciones (y pretensiones)

El tráiler y la crítica de Queer prometen mucho más de lo que el film ofrece. Y aun así, eso no es lo peor de la película. La nueva cinta de Luca Guadagnino se queda en un intento de llevar a la pantalla la obra homónima de William Burroughs, que si dicen que es inadaptable, por algo será. El atrevimiento siempre es bienvenido, claro, pero para hacer una película más de un gay cuyo amor no es correspondido, no valía la pena el esfuerzo.

Puede que esto suene reduccionista, pero no lo es tanto. La película sigue a Lee (Daniel Craig), un yanki que vive expatriado en el México de los 50 donde disfruta de rendas y, sobre todo, de las drogas, el alcohol y los hombres. Hasta que un día Gene (Daan de Wit), mucho más joven que él, se cruza en su camino. Juntos tendrán un affaire que no acaba de llegar a buen puerto, lo que sume a Lee en la desesperación. Aun así, no desistirá en su conquista y lo invitará a viajar con él por Suramérica hasta adentrarse en la selva ecuatoriana para probar el yagué, la mítica ayahuasca. Fin. No hay más. 


¿Puede a alguien interesar las desventuras de un amor no correspondido o imposible? Sí, claro. El mismo Guadagnino lo demostró en la magnífica Call me by your name. Pero si en la película protagonizada por Timothée Chalamet, el director se esforzaba en construir la relación entre los protagonistas, hasta transmitir el amor que podía sentir el joven protagonista iniciado en el amor, en Queer, el director no se esfuerza. Tal vez (no he leído el libro), guiado por el libro, el italiano se preocupa tanto en mostrar lo sudado que está Daniel Craig y lo borracho que es, que apenas se centra o se cuenta cómo se ha podido enamorar de este joven. De hecho, si no fuera porque el personaje no deja de beber y ponerse celoso, no se entiende como un polvo de una noche que apenas muestra interés por Lee, lo tiene tan atado, tan enganchado. ¿Tal vez por su propensión a las adicciones en general? Tampoco se específica.

Todo se queda en la superficie. También a nivel estético. Guadagnino juego expresamente a mostrar que rueda en un plató, que la luz es tan ficticia como maravillosa para la fotografía, pero cuando quiere ser pretendidamente turbio, mostrar los bajos fondos de la ciudad y la droga, esta voluntad esteta no le permite bajar al barro. Es más, hace casi atractivo a ese México decadente, incluso los primeros colocones de Lee con la heroína

Tampoco es que las escenas de sexo, supuestamente impregnadas de sudor, pasión y decadencia, despiertan nada de eso. Quiere parecer polémico mostrando dos desnudos frontales, pero las escenas de sexo son casi tan pudorosas como las de una película romántica. ¿Es porque ha optado por una estrella de Hollywood de la categoría de Daniel Craig? ¿Es porque no quería que su película fuera clasificada sólo para adultos? Si es así, ¿por qué se mete a adaptar a un literato tan crudo y sin tapujos como Burroughs?

La adicción a las drogas de Lee queda tan dibujada como la relación entre ambos. Sí, en el viaje por Latinoamérica vemos como Lee pregunta a un local sobre dónde comprar heroína y cocaína y cómo Gene se encarga de hacer el trabajo sucio de comprársela. Luego vemos sus temblores y sus fríos, pero que se le pasan al visitar a un médico que le receta otras drogas que, de repente, lo curan de todo. Igual de rápido que se enamora de Gene, Lee consigue dejar la heroína o, al menos, eso parece. Las drogas pasan rápidamente a un segundo plano. Mientras, la relación entre la pareja es cada vez más de amigos, hasta el punto en que parece romperse.

Aquí es donde supuestamente se queda el libro. En este amor que se queda como imposible. Pero Guadagnino, con la ayuda de Justin Kuritzkes en el guion, deciden añadir un tercer acto y un epílogo. Así, cuando parece que los protagonistas se separan, de repente, vuelven a aparecer juntos en busca de la ayahuasca. Allí, aparece el Guadagnino de Suspiria, el que sabe crear unos ambientes oníricos, lisérgicos, mágicos, vampíricos. El problema es que el espectador llega aquí completamente desinteresado por lo que va a suceder. La trama anterior ha sido tan anodina, tan falta de pasión, tan poco sostenible, que los momentos y escenas más bonitas e interesantes del film se contemplan como un ejercicio de estilo bien ejecutado pero carente de sentimiento. Como la pareja.

El epílogo trata de mantener esta línea, desde un lugar mucho más reposado y mostrando que Guadagnino sí ha sabido crear una relación creíble, afectiva y humana, la que Lee mantiene con su amigo Joe (un enorme, en todos los sentidos, Jason Schwartzman). Asimismo, una de las escenas más mágicas que crea en la que parece desmontar hasta el escenario para luego meterse en el cerebro del protagonista es de lo más interesante. Y uno se plantea por qué el director no ha jugado más estas cartas. Si sabe hacerlo, si puede hacerlo, ¿por qué ha estado todo el rato con el freno de mano puesto? Es entonces cuando uno piensa que o bien Guadagnino se ha visto encorsetado o que no puede llevar nada más lejos o no ha sabido. 

Y es que, lamentablemente, la intención es buena, pero se ve. Y a una buena película no se le han de ver los hilos, porque sólo ves las pretensiones del director que, en este caso, no son pocos. Y aún peor, hace evidente que (casi) ninguna le sale bien. De allí que el trailer (y las críticas) sean más prometedoras que lo que Queer consigue ser.

Eso sí, la música es maravillosa.



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