'Desmontando un elefante': de alcoholismo, madres e hijas

Decente debut en el largometraje del catalán Aitor Echeverría, en el que sin poner mucho tinte dramático habla de la adicción al alcohol. Marga (Emma Suárez) es una arquitecta que ha caído en el alcoholismo hasta extremos peligrosos para su vida y la de los demás. Su hija, Blanca (Natalia de Molina), preocupada por su situación se vuelca en la rehabilitación de su progenitora. Mucho. Desconfía de ella, piensa en los riesgos, se obsesiona hasta no poder llevar a cabo su trabajo. Blanca se dedica a la danza, está ensayando un proyecto, pero no puede dedicarse a ello al 100%. Su madre le preocupa demasiado.

Por su parte, Marga tiene serias dificultades en poder retomar su vida sin alcohol. Pero sobre todo, no puede con el extremo control al que se siente sometida, observada tanto por su hija como por su marido (Darío Grandinetti). Le abruma. Si ya no puede vivir sin alcohol, aún menos que la traten como si fuera una niña una incapaz. ¿Pero no lo es?

La gracia de la película radica allí. Echevarría pone la cámara en estos personajes, baila entre la madre y la hija de manera que el espectador puede entender o ponerse en el papel de ambas, en una aparente equidistancia. Un baile que se hace más que evidente en un ensayo en el que Blanca hace un ejercicio por parejas, en el que ha de poner el cuerpo apoyándose en su compañera para luego ser ella la que la sujeta y así sucesivamente. Lo mismo que hace con su madre enferma, pero que de alguna manera también podría ser la relación madre-hija.

Son alardes de nada. De manera sencilla, con muchos silencios y pocas palabras, con más escenas significativas que diálogos explicativos (de lo que peca mucho buena parte del cine español y mundial), el realizador compone una película regia, poco piadosa con sus personajes y que tampoco exige demasiado del espectador, solo le muestra una realidad: la de la adicción y la relación materno-filial. En cualquier caso, es un debut que anima a seguir la pista de Aitor Echeverría.