Esencia de cine
Hay películas como Carnage (Un dios salvaje) con un sobresaliente
guión y un sentido del cine nulo. Otras son como Le Havre, que pese a contar una
historia sencilla respira cine por los cuatro costados.
Debo advertir que, lamentablemente para mí, es la primera
vez que me enfrento a un film de Aki Kaurismäki. La primera impresión al ver su
último film es que se te escapa algo. Que desconoces parte de la historia. Y
tal vez es verdad. Da la sensación que hay referencias en cada plano y en cada
personaje. Que los nombres de los personajes son claros homenajes a autores de
otras artes. Que Jean-Pierre Leaud está allí como personaje de la Nouvelle
Vague. Y que los protagonistas beben de otros personajes anteriores en la
filmografía del director.
Nadie es perfecto y puede ver todos los films realizados hasta
la fecha por todo el mundo. La vida nos impone otras obligaciones. Así que uno
se deja llevar. Es entonces donde nos damos cuenta que el director no hace el
típico cine de autor. No es lento, no es afectado. Es, sencillamente, llano. En
pantalla se refleja de manera directa lo que quiere contar. Sin florituras.
Le Havre hace referencia a un pequeño poblado francés
donde vive Marcel Marx, un limpiabotas casado con una mujer que no parece muy
enamorada de su marido pero que lo cuida como él desea y con devoción. Hasta
que un día cae enferma. Mientras ella está en el hospital, Marcel se encuentra
con un joven inmigrante que ha llegado a Le Havre por accidente. La policía
busca al chico para detenerle, pero Marx decide ayudarlo, pero requerirá la
ayuda del pueblo.
El toque naïf de la narración puede alejar al espectador.
Pero cuando uno se da cuenta que se encuentra delante de una fábula todo cambia. El director
da un mensaje de esperanza a una sociedad europea que la ha perdido con la
crisis, el paro, corrupción y todos los problemas que todos vivimos.

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