Una sonrisa para la muerte
Gus Van Sant sigue jugando con el cine indie y el
mainstream. Y lo mejor de todo es que no se avergüenza de ello. Y es que no
tiene porqué. Es cierto que el halo de algunas de sus mejores películas queda
en nada cuando ofrece su talento a los estudios. Pero su temática sigue
presente. Hay una firma que se siente.

Ya pasaba en Last Days, Elephant, y tantos otros film
del realizador. El centro son unos jóvenes atemporales, que no saben encauzar
sus vidas, con dificultades para integrarse en un mundo que no saben como aferrar. Se sienten perdidos. Pero esta vez Van Sant abandona el pesimismo,
como parecía intuir el final de Paranoid Park. Restless respira esperanza, pese
a lo curioso de la situación la vitalidad de los jóvenes, su sentido del humor,
su optimismo casi naïf impregna el film. Y lo hace conscientemente arriesgándose
a caer en lo insulso.
Por suerte el cineasta sigue queriendo aferrarse a la
realidad, sea ésta bonita o no, y acaba salvando el film. Sus personajes son
adolescentes típicos: viven con pasión su historia de amor, fantasean, se
divierten, lloran, quieren recordar sus momentos, hacer que sus vidas y su
historia dejen huella (no en vano dibujan la silueta de sus cuerpos con tiza en
el suelo). Y todo ello, más sus circunstancias también les hace chocar con la
vida real que les hace crecer a golpes.
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