Hablando de Polonia. Ida

La historia es bien sencilla. Ida es una joven novicia que antes de jurar sus votos es enviada por su superiora a visitar a su tía. Una jueza polaca, algo aficionada al alcohol y al sexo esporádico que nunca respondió sus cartas. Tras una fría acogida en que esta última revela a la futura monja sus orígenes judíos el film va ganando peso.
Pawel Pawlikowski deja atrás posibles dramatismos e historias truculentas para, a partir de una historia singular, reflejar la historia de un país. De hecho, casi se podría decir que Ida es la misma imagen de Polonia. Un país que ha querido seguir adelante sin mirar mucho a su pasado judío, que ha sufrido el nazismo, el comunismo más crudo y que como quien se pone un hábito, un velo o una venda en sus ojos ha decidido tirar adelante.
Pero Ida, como Polonia, necesita saber que en su vida hay muertos enterrados por sus propios congéneres, que por mucho que la Historia siga, es necesario acercarse al pasado para conocerse mejor y poder seguir adelante. Sin pesar, pero también sin olvidar. Mientras otras personas, como su tía, siguen luchando desde el anonimato por conocer donde están enterrados sus familiares y por recordar los cimientos, sean lo duros que sean.

Junto con estos momentos, Pawel Pawlikowski no olvida la trama más allá de la metáfora e Ida también verá al salir del convento un mundo extramuros. Un mundo en el que también hay cosas que explorar, música, chicos,... Abrirse al mundo, ayuda a la protagonista a entender lo que antes desconocía, e incluso a conocerse mejor y avanzar. Tal vez, la metáfora, siga presente.
No olvida, tampoco, el director el plano cinematográfico. Las imágenes de Ida no son inquietantes, pero si elaboradas, planos milimétricamente estudiados dignos de un buen director. Encuadres que respiran aire, que hacen estar atento al espectador pero sin desubicarlo ni confundirlo. Pawel Pawlikowski ofrece la oportunidad de mirar los planos, los encuadres, así como la historia de Polonia desde otra perspectiva. Y siempre sin perder el ritmo, sin entretenerse en planos vacíos y preciosistas propios de las películas con las que se le empareja. Planos detallistas y preciosistas pero llenos de contenido y cine.
Esto es lo que hace de Ida una pequeña gran joya del cine polaco. Sin pecar de los manierismos propios del cine de autor, la película consigue serlo. Al margen de su temática, su blanco y negro y su formalismo, Ida logra cautivar al espectador y dejarlo clavado en la butaca.
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