Pecando de exceso

Ha llegado ese momento. Esa película, que todo director tiene, en que el director muere de estilo. Wes Anderson tiene uno personalísmo, travellings laterales y verticales, composiciones de planos completamente geométricos, calculados y ordenados, perfectos en su más mínimo detalle. Desde que empezó con su Bottle Rocket, ha ido yendo a más. Su Grand Hotel Budapest no es para menos. 

La historia, basada en un libro de Stefan Zweig, narra la historia de este particular hotel, ahora en decadencia pero que en su día alojaba personajes de lo más peculiares y miembros de la alta sociedad. Un juego de muñecas rusas, una película que entra en un libro, que cuenta una historia, dentro de una historia, y que acaba por explicar la historia de Gustave H. y su botones, Zero.

¿El problema? La preocupación por el estilo, que encandila al espectador-fan del cine de Wes Anderson, acaba pasando factura a la narración. No es que el guión no sea interesante, sino que no consigue atraer al espectador. Cuesta empatizar con unos personajes, a los que, pese a conocer sus historias, uno no acaba simpatizando con ellos lo más mínimo. La historia sobre la herencia de Madame D., la huida de Gustave H., y la evolución de Zero, no atrapan. Hay momentos cómicos, pero tampoco llega a ser una comedia, tiene elementos de thriller, pero no llega a emocionar al espectador, pequeñas historias de amor, sueltas y tan breves que no enamoran.

¿Muchas estrellas? ¿Muchos personajes? Tal vez mucho estilo y mucha fama lograda por el director, que se ha visto encantado al ver que grandes actores de Hollywood quieren participar de sus películas y no ha sabido ver que no es necesario ponerles a todos juntos e intentar hacer minitramas con cada uno de ellos. Porque acaban siendo tan reducidas que en vez de resultar curiosas o divertidas lo único que hacen es entorpecer la historia principal.

Incluso pudiendo entrever una pequeña crítica social de la clase alta, del mundo de las grandes productoras que quieren aplastar a las pequeñas cuando las primeras cambian de dueño o incluso tratar ligeramente algún momento histórico, todo se queda en lástima.

No se puede decir que sea una mala película, tal vez por el estilo impecable de rodar de Wes Anderson, pero si que resulta excesiva (por trazos de autor, estrellas, historias, personajes) y desequilibrada en comparación con la filmografía del director. 


Trailer:




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