Buenas herramientas, resultados...

Uno intenta ser respetuoso con visiones y creencias de los directores, alejar su postura inicial y acceder a la película sin prejuicios. Quien escribe estas líneas así lo ha intentado tras ver Café de Flore, y a medida que uno digiere y reflexiona el argumento del film piensa si esa primera conclusión es la correcta o no.

A primera vista uno piensa que el nuevo film de Jean-Marc Vallée es para crédulos. Que uno casa y cree con el enlace patillero y metafísico con el que el director enlaza dos historias sucedidas en épocas y lugares diferentes, el París de 1969 y el Montreal de 2011 o no hay quien se lo trague.

El cineasta ha querido volver a sus inicios de C.R.A.Z.Y. en los que la música era un elemento de lo más presente y formativo de los más pequeños. Y obviamente canciones que para los "modernos" pueden resultar de lo más atractivas. Esto, al menos, da ánimos para pensar que tras su fallida, floja y algo impersonal versión de La reina Victoria, se ha sabido reconducir. De hecho Antoine (Kevin Parent) es un DJ bien reputado que conquista a su primer amor, Carole (Hélène Florent) con una canción, sus hijas se burlan de las canciones que escuchan e incluso lo llegan a boicotear con ellas. Un sello que da ánimos a pensar que estamos ante el original Vallée.

Su manera de rodar, con cortes en seco, sin avisar al espectador, dejar la acción silente para subrallar lo relevante de la acción que sucede y captar la atención del espectador ante la escena son herramientas de un cineasta que parece sentirse cómodo con las convenciones del cine postmoderno. Pero siempre con la huella personal de un cineasta canadiense. Nada de una textura fílmica "indie made in USA", nada de la pedantería y la afectación del joven cine europeo, la naturalidad de las historias fluye con sus imágenes que no se tratan de llamar ni evocar a la poesía (salvemos contadas excepeciones de cámaras lentas y saltos a piscinas muy propios de Sofia Coppola).

Parece queVallée dispone de los instrumentos para conseguir realizar un buen film y poder llegar al personal. Además no se limitará a contar, como dijimos al principio una historia, sino un mínimo de dos y en tiempos distintos. Un reto, pero viendo las bases e instrumentos con los que juega el director, promete.

Cuesta mucho unir la ardua aventura de Jaqueline, una madre que en 1969 debe sacar adelante a su hijo con síndrome de Down con la de Antoine, un DJ recién separado que ha reiniciado una nueva y feliz vida, mientras su ex, Carole, no puede aún asumirlo.

Pero entonces uno, debe recapitular. Olvidándose de tanto salto temporal. En 1969 vemos como el hijo de Jaqueline se enamora perdidamente de otra niña con síndrome de Down, complicando la relación que el peqeuño tenía con su madre, en la escuela y en la vida general. Por el otro está Carole, una pobre mujer que ve escapar a su primer y único amor de toda la vida y no sabe como afrontarlo.

Bien, es cierto, las vidas de Jackie y Carole no son tan dispares. Ambas se niegan a aceptar la realidad del amor: seas como seas, es duro, arriesgado, destroza familias, corazones, vidas, alegra a los que lo viven, les hace sentir vivos pese a los problemas que les pueden acarrear. Este es el mensaje positivo o no de Café de flore. Es bonito y educativo. Está bien llevado. No hay un dramatismo exagerado en la manera de contar las historias, los silencios no abusivos, la música, las tramas entrelazadas, los personajes secundarios que nos dan una visión menos pasional y natural de la trama, ayudan al espectador a ver la evolución de estas ¿dos? historias de amor.

¿Dos? Podríamos contabilizar tantas versiones y sentimientos en los que el amor se manifiesta en este film que no acabariamos. Esto enriquecería el film si todas fueran bien tratadas y no meramente pinceladas al margen de las historias de Jaqueline y Carole. De hecho la de Carole, incluso parece ser la que resulta más al margen, al inicio. Parece que el protagonista de la historia de 2011, como decíamos al principio es Antoine, pero él acaba siendo un mero mcguffin para que Vallée cuente la vivencia de Carole.

Como ven mucha confusión cuando el contenido y las herramientas son, al menos, interesantes y proetedoras. Pero a veces no basta con disponer de una técnica eficaz y una voluntad firme para realizar un buen film. Al cineasta le pierden las ganas de ser moderno, de querer enlazar las dos historias separadas por el tiempo con una canción y otra explicación, que no desvelaremos, pero que podríamos calificar cuánto menos que pillada, y todo esto puede hacer que veamos la película en su conjunto no sólo de lo más floja sino a él con un potencial desaprovechado que ni siquiera sabe manejar. Seguiremos la pista de este director, porque seguimos pensando que tiene algo, hace falta que sepamos si ese algo es relevante o no y si lo sabe manejar.

De hecho, si se analizan, las historias de amor se mantienen a veces por razones de lo más inexplicables. Si uno lo ve así, Café de flore usa el mecanismo más adecuado para explicar su historia. Si no, uno puede disfrutar de un film bien rodado, que pormenoriza los tiempos narrativos y sabe jugar con los saltos de tiempo, los silencios y la música que suena, para acabar con la sensación de que le han engañado. Allá cada cual.




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