Una despedida y un canto a la vida
Hay películas que no son nada del otro mundo. Su guión es de sobras conocidos, sus imágenes no presentan una gran radicalidad pero llegan, resultan simpáticas, fáciles de ver y desprenden cierta poesía.
Alain Resnais, quien sorprendiera al público con Hiroshima, mon amour y El año pasado en Marienbad, filmó en 2014 su última película Aimer boire et chanter (Amar, beber y cantar) que acabó siendo un testamento de todo su legado.
Con una pieza teatral basada en la obra Life of Riley de Alan Ayckbourn (de quien también adaptó Intimate exhanges de la que surgió Smoking/No smoking y Asuntos privados en lugares públicos) Resnais consigue hacer una pequeña película en la que poco importa su originalidad sino la idea, la teatralidad de la vida o como el arte refleja la vida.
La historia es simple, dos parejas que preparan una obra de teatro ven alteradas sus vidas cuando descubren que uno de sus amigos, George Riley, sufre un cáncer terminal. Esto hará detonar algo en su interior, sentimientos que brotan y ponen sobre la mesa dando lugar a situaciones cómicas a la par que peligrosas para su vida conyugal.
Nada nuevo bajo el sol. Siguiendo la línea de sus últimas películas, el director francés apuesta por una puesta en escena mínima, con cuatro decorados claramente de teatro de los que los actores entran y salen a través de unas cortinas. Y pese a la primera impresión de encontrarse frente a un texto de metateatro, el film deviene simplemente una trama común, en donde la vida fluye a través de la palabra.
No hay radicalidad, no es un Dogville, es teatro y a su vez es cine. Pese a los decorados Resnais emplea planos cortos donde se enfoca sólo las terrazas de las casas de los protagonistas y algunos interiores y donde el primer plano subraya los textos más íntimos y sentidos de los personajes.
Porque aunque uno de los protagonistas declare que "prefiere el cine" no se trata de remarcar las diferencias ni decantarse por uno ni por otro, sino de hacerlos convivir y a la vez declarar que, pese a las diferencias, ambos hablan de la vida.
Con sus actores fetiche de cabecera (Sabine Azéma, Andre Dussollier, Hippolyte Girardot y Sandrine Kiberlain) unos dibujos de Blutch, unos separadores temporales propios del cine mudo, y unas imágenes en primera persona de un coche por la carretera, Alain Resnais apuesta por la sencillez en el cine y en la vida, donde realmente sucede lo importante y de lo que se componen los recuerdos.
Un canto a la vida y a sus pequeños problemas cotidianos que debe ser disfrutada como canta la canción que suena al final del film y que le da título. Porqué, cuando la muerte está cerca -en la ficción y en la realidad (el director murió poco tiempo después de finalizar la película)-, uno se da cuenta que pese a reflexiones serias y profundas lo más importante es vivir la vida con sus altibajos. Amar, beber y cantar: un título, tres acciones comunes, vitales y una película fácil, entretenida y curiosa que hace poesía de la vida, del cine. Una gran despedida que ofrece Alain Resnais.
Trailer:
Alain Resnais, quien sorprendiera al público con Hiroshima, mon amour y El año pasado en Marienbad, filmó en 2014 su última película Aimer boire et chanter (Amar, beber y cantar) que acabó siendo un testamento de todo su legado.
Con una pieza teatral basada en la obra Life of Riley de Alan Ayckbourn (de quien también adaptó Intimate exhanges de la que surgió Smoking/No smoking y Asuntos privados en lugares públicos) Resnais consigue hacer una pequeña película en la que poco importa su originalidad sino la idea, la teatralidad de la vida o como el arte refleja la vida.

Nada nuevo bajo el sol. Siguiendo la línea de sus últimas películas, el director francés apuesta por una puesta en escena mínima, con cuatro decorados claramente de teatro de los que los actores entran y salen a través de unas cortinas. Y pese a la primera impresión de encontrarse frente a un texto de metateatro, el film deviene simplemente una trama común, en donde la vida fluye a través de la palabra.
No hay radicalidad, no es un Dogville, es teatro y a su vez es cine. Pese a los decorados Resnais emplea planos cortos donde se enfoca sólo las terrazas de las casas de los protagonistas y algunos interiores y donde el primer plano subraya los textos más íntimos y sentidos de los personajes.

Con sus actores fetiche de cabecera (Sabine Azéma, Andre Dussollier, Hippolyte Girardot y Sandrine Kiberlain) unos dibujos de Blutch, unos separadores temporales propios del cine mudo, y unas imágenes en primera persona de un coche por la carretera, Alain Resnais apuesta por la sencillez en el cine y en la vida, donde realmente sucede lo importante y de lo que se componen los recuerdos.
Un canto a la vida y a sus pequeños problemas cotidianos que debe ser disfrutada como canta la canción que suena al final del film y que le da título. Porqué, cuando la muerte está cerca -en la ficción y en la realidad (el director murió poco tiempo después de finalizar la película)-, uno se da cuenta que pese a reflexiones serias y profundas lo más importante es vivir la vida con sus altibajos. Amar, beber y cantar: un título, tres acciones comunes, vitales y una película fácil, entretenida y curiosa que hace poesía de la vida, del cine. Una gran despedida que ofrece Alain Resnais.
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