Mi gran noche. Puro espectáculo

No hay momentos para la calma. En el plató de Mediafrost se está rodando el programa especial de fin de año y en el exterior hay unos piquetes y huelguistas muy armados con bates y muy violentos reclamando sus derechos tras ser despedidos vía ERE. La realidad vuelve a transpirar en la última película del vasco y sus actores fetiches siguen acompañándole.
Entre el público, por los pasillos y por los camerinos se suceden historias de celos, de venganzas, de corrupción, de falsedad... presentadores, representantes, directores de programa, artistas regidores, cámaras,... todo, todos están allí desde Terele Pávez hasta Santiago Segura, pasando por Mario Casas, Carmen Machi, Hugo Silva y 'tutti quanti'. Las historias son de lo más complejas, muchas de ellas incluso resultan forzadas y resultan hilarantes, para bien y para mal. Todo y todos están allí fuera de control, sucediéndose las historias a un ritmo frenético. El problema es que en ocasiones los personajes resultan solo perfiles y caen en el estereotipo freak y resultan vacíos. Pero es que lo están. Y vale, entorpecen la trama, pero es que es tan simple que casi parece ridícula. Como lo es la situación que están viviendo los personajes. Recluidos en un programa musical sin fin que los lleva a ninguna parte.

El cineasta además cuenta con tres grandes momentos. El espectacular inicio a cargo de Hugo Silva y Carolina Bang que parecen bailarines profesionales y con una edición de la puesta en escena digna de cualquier videoclip o concierto de una gran estrella pop. Pero especialmente las actuaciones de Raphael y Mario Casas que interpretan a dos grande estrellas de la canción, la de siempre y la joven. Su cara a cara es hilarante, sus replicas, rápidas y mordaces y con una dosis de autoparodia y referencias a otros artistas que no hace más que añadir libertad y mala leche a sus diálogos. Por no hablar de las canciones que interpretan ambos.

El montaje de las imágenes (con mucho travelling que recuerda a Birdman) y las escenas reflejan ese caos del programa de fin de año, los personajes son tan hiperbólicos que en muchas ocasiones se ve todo el artificio. No el de la situación que retrata, sino el de la puesta en escena del cineasta al que además añade un final con espuma incluida que está entre el subrayado del mensaje y el ridículo más absoluto y sin ningún tipo de gracia.
Es cierto que el cine de Álex de la Iglesia siempre se ha caracterizado por retratar unos ambientes entre comunes y estrambóticos donde una serie de personajes de lo más extraños se concentran y retratan una situación de la España actual. En cambio, en este caos que es Mi gran noche los personajes son puros clichés, no les da forma como hizo en La comunidad, 800 balas o Balada triste de trompeta, responden al estereotipo que los espectadores tienen en su cabeza y el cineasta no los trabaja ni les da entidad, se acerca y se aleja de ellos sin, parece, ningún orden aparente, como si se tratara de una de esas cámaras que trata de filmar el espectáculo de fin de año, de manera completamente aleatoria, vaciando la historia de un poso que todo espectador esperaba por parte del director.
Pero Mi gran noche desde el principio pone las cartas sobre la mesa, es entretenimiento en estado puro y muy loco, exagerado y de eso Álex de la Iglesia sabe mucho y lo sigue demostrando. La calidad de las imágenes, la técnica, las escenas musicales, el personaje de Raphael. Para bien y para mal.
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