Reflexiones (y resonancias) a partir de una imagen (II)
La imagen del niño pequeño muerto en las playas de Turquía habla
por sí sola. Una foto terrible que muestra la deriva de un mundo culpable,
ciego ante el dolor ajeno y cegado por un sistema que ha provocado situaciones
como esta.

Unas situaciones que provienen de un sistema explotador. Qué
reclama privilegios a causa de la explotación de otros. Y que los
"victoriosos" pocas veces han querido ver. El cine, a su manera mucho
menos cruda, realista y más poética, nos lo ha mostrado varias veces.
Viendo las imágenes de los inmigrantes corriendo para saltar
vallas, muros, fronteras; perseguidos por las fuerzas de "seguridad"
europeas, se vienen otras muchas a la mente. El carrito que caía por las
escaleras en El acorazado
Potemkin de Serguéi
Eisenstein porque su madre fue abatida por los militares de un sistema
que oprimía a un pueblo que reclamaba sus derechos ya reflejaba lo que sucedió
durante la Revolución bolchevique. Un sistema que se aprovechaba de los más
desfavorecidos y acababa con ellos para mantener sus privilegios.
Un sistema que ha llegado a nuestros días radicalizado tras el
fracaso de un comunismo mal entendido y explotado(r) por muchos países y que se
ha venido arriba en su explotación. Un sistema que quiere lavar su imagen
erigiéndose salvador de países en conflicto, y del que ellos mismos son
responsable.
Ahora, cuando la imagen de ese niño golpea las conciencias del
mundo, Europa se moviliza para alojar a las miles de personas que saltan sus
fronteras. Occidente trata de volver a maquillar el problema, poner una tirita
para intentar que deje de correr la sangre y los inmigrantes. Y como todo el
mundo sabe tapar la consecuencia no quita que exista una herida. Una herida que
Europa ha provocado y que seguirá haciéndolo, porque en este sistema que ha fomentado
no existe solución. Para mantener los privilegios de Occidente otros han de
vivir en la miseria. ¿Y quién quiere perder privilegios? Al contrario, ¡todos
queremos más!
Estos refugiados sirios, en cambio, no quieren más, quieren algo.
Porque donde viven hay guerra pero no hay esperanza, como tampoco la hubo
antes. Y ellos no son los responsables. Es Occidente y su funcionamiento. Un
Occidente que los más desfavorecidos quieren alcanzar como sea y huir de la
tierra que ha sido expoliada hacia la que lo tiene todo.

Pero la imagen que hoy circula de ese niño no tiene
"magía", ni intención, es sólo la realidad. Antoine Doinel llegó a la
costa vivo y pudo mirar a la cara de quien miraba. El niño refugiado no. Su
imagen en cambio nos mira. Derrotado. Nos interpela. Mira a Occidente.
¿Qué hacer ahora? Miles de propuestas de asilo surgen por toda
Europa, pero eso, insisto, son parches. Tal vez Occidente mismo debería correr
y huir de él mismo ante semejante imagen. No se trata de pensar en lo que viene
después, se trata de ver lo que pasa, como se ha llegado hasta aquí y asumir
esa terrible imagen como su fruto. Y huir. Huir de los mecanismos y el
sistema que causan semejantes desventajas e injusticias mundiales. Dejarse de
globalizaciones, índices de bolsas y tantas otras chorradas. Y correr. Correr
al encuentro de esos otros seres humanos a quienes tanto han explotado y correr
con ellos. Juntos. ¿Hacia donde? A cualquier lugar, menos a este, que sin duda
es, cuanto menos, injusto.
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