Festival de Cannes: "Juste la fin du monde" de Xavier Dolan

Es innegable que en Mommy Dolan demostraba que puede
hacer un film que (en apariencia) no hablara de sí mismo, menos exagerado y
barroco y poner los recursos estilísticos del cine al servicio de una historia
que perfectamente podría ser la de cualquier telefilm de tarde. Su ejercicio de
contención, entonces, fue recompensado con la palma de oro al mejor director en
Cannes. Premio que compartió, ni más ni menos, con Jean-Luc Godard.
Ahora reaparece con Juste la fin du monde, una adaptación
de la obra teatral de Jean-Luc Lagarce. Un libreto que precisamente le pasó la
actriz de Mommy, Anne Dorval, tras el rodaje de Je tué ma mere. Por aquel
entonces Dolan quería más hablar de sí mismo que narrar historias. Y así fue,
impactó al mundo con sus films y su gusto por la estética cinematográfica que
muchos relacionan con el videoclip y se hizo un hueco en el universo de los
autores pese a la polémica.
Dolan ha esperado el tiempo que ha estimado necesario
para considerar la propuesta de su amiga Anne Dorvan y finalmente le hizo caso.
Juste la fin de du monde es ahora una película 100% Dolan. Hay muy poco rastro
de lo que podría ser una obra teatral, es todo cine.

Juste la fin du monde es absolutamente claustrofóbica y
arrolladora. Se puede intuir desde la primera escena donde Louis (Gaspar
Ulliel), el protagonista, cuenta su regreso a casa mientras un niño lo molesta
tapándole los ojos. Poco a poco, iremos viendo como su vida ha estado
condicionada por personas que le tapaban no solamente los ojos.
Han sido 12 los años que Louis ha pasado fuera del hogar
familiar, solo comunicándose a través de escuetas cartas, apenas conoce a su
hermana menor y mucho menos a la mujer de su hermano. Todos tienen mucho de qué
hablar. Los monólogos de cada uno de los personajes son puramente informativos
y vacíos, simplemente anécdotas personales que no llegan al corazón y que son
retratados en planos a flor de piel y que cobran emoción, la de la asfixia,
gracias a la aproximación de la cámara de Xavier Dolan.
El cineasta con su exagerada música, con sus planos y con
un juego de la luz espectacular logra crear grandes atmosferas e imágenes que
corren el riesgo de parecer banales y frías, pero que se ajustan una historia
donde la muerte está presente de manera constante y pesa sobre el personaje
principal y sobre los espectadores. Esta muerte además es part6e de una vida
donde hay más cosas que se mueren. La muerte de la familia como concepto de unión,
de nexo con la vida, como algo relevante; la muerte del dialogo enriquecedor
substituido por esos largos monólogos de cada uno de los personajes, la muerte
recordada por esos relojes que obsesionan a Louis, como algo presente en
nuestras vidas y que nos recuerdan nuestro final.
Louis y su familia son lo que Sigmund Freud llamaba pulsión
de muerte, ese sentimiento presente en el individuo que primero lo hace
autodestruirse y luego destruir a los demás para volver a su estado previo y
final, el inorgánico, la muerte. Puede parecer exagerado pensar en algo tan
serio en un film donde suena Drogostea Din Tei para rememorar el pasado, ¿pero acaso la visita de Louis a su casa familiar no es un acto
sadomasoquista? ¿La violencia de todos los familiares de los protagonistas
no lo empujan aún más a la muerte?

La estética por la estética de la que tanto se acusa a
Dolan, cobra otro significado la estética vacía, la estética que mata a las
emociones, aquí es una estética que refleja la pulsión de muerte definida por
Freud. Esa agresividad subraya los sentimientos de los personajes, en exceso,
pero acorde con la historia que el realizador quiere contar.
No hay nada de
Juste la fin du monde que se acerque a la contención de Mommy más que el
personaje de la Madre, tratada con cariño y amor, pero igual de egocéntrica que
el resto de los personajes. Y si de algo sabe Dolan es de egos, por eso esta película
le va como anillo al dedo. Todo su ego, toda la estética, toda la música, todos
los recursos exageradamente dramáticos que han ensalzado a Dolan al mundo de
los autores cobran sentido. El ego ha matado a la familia, a las relaciones, a
la vida como lugar de convivencia. Y el ego de Dolan, a través de su estilo,
arroya con todo, no quiere hacer una mera adaptación teatral. Su mundo es el
cine y juega con todos los elementos a su alcance que tan bien sabe manejar y
convierte Juste la fin de monde en su film más emocional, fuerte e impactante,
desde la carne, desde la rabia, desde el miedo y desde la psicología y desde la
técnica al servicio de la estética.
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